Hay buenas razones por las que nosotros, como Iglesia, debemos comenzar una
reforma sin demora. La reforma del arrepentimiento. La Biblia contiene
numerosos ejemplos de rebelión y sus consecuencias predecibles. Veamos algunos:
Cuando Josué
tomó a Jericó, un hombre, Acán hizo caer la maldición de Dios sobre toda la
nación y muchas vidas del pueblo se perdieron en batallas que deberían haber
sido arrolladoras victorias. Muchas familias perdieron a sus seres queridos,
debido al pecado oculto de un solo hombre.
En los años
oscuros de apostasía de Israel, cuando el rey Acab gobernaba Israel, alrededor
de 860 a.C., tres años de sequía destruyeron la tierra. El sustento de cientos
de miles, sino millones, se arruinó. Hubo una gran hambruna, porque la nación dirigida
por sus líderes, le había dado la espalda a Dios y adoraba a los dioses paganos
(mundanos) con sus prácticas corruptas y ritos inmorales. Cuando Elías lloró
ante Dios diciéndole que él era el único que quedaba fiel en Israel, Dios le
dijo que había 7000 que no le habían doblado la rodilla a Baal. Y esos 7000
inocentes también sufrieron a causa de los pecados de sus hermanos.
Cuando la
reforma (bajo el rey Josías) se encontró con la oposición en Judá y
eventualmente desapareció, y el reino del sur cayó nuevamente en apostasía
total, los babilonios tomaron en cautividad miles de prisioneros judíos; decenas
de miles fueron masacrados durante el período 605 - 586 B.C. La ciudad de
Jerusalén fue destruida, el templo reducido a escombros, el país devastado, las
ciudades y los pueblos saqueados, pero en la conflagración, en la matanza había
personas inocentes que honraban a Dios que murieron o perdieron a sus seres
queridos y fueron llevados al exilio. Esas personas fieles a Jehová sufrieron
el castigo por los pecados de sus hermanos.
Cuando Jesús cargaba
Su cruz por las calles de Jerusalén hacia Gólgota, Su atención fue atraída por
llantos y lamentos. Leamos la historia en Lucas 23:27-28,
"Y le seguía
una gran multitud del pueblo, y de mujeres, que también lloraban y lamentaban por
Él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis
por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos’.”
¿Por qué dijo eso el Señor Jesús? Porque, aunque esas mujeres eran inocentes de Su muerte, y aunque no habían
tomado parte en la conspiración para asesinarlo, ellas y sus hijos quedarían
atrapados en el caos que iba a caer sobre la nación debido al rechazo corporativo
del Hijo ungido de Dios (Mateo 23-24:1).
Aquí es donde
nos encontramos nosotros hoy. Y uno de los asuntos más destructivos en la
Iglesia Adventista y la declaración de rebelión más abominable para el Cielo,
es el asunto sobre la autoridad bíblica en el oficio de Anciano/Obispo/Supervisor
(el oficio de pastor así como se practica actualmente es simplemente un
invento “comercial” humano – un “negocio” religioso falto de base bíblica). Este
asunto es más conocido entre los Adventistas como, “La Ordenación de Mujeres”. Aunque,
tristemente, ni uno de 10 mil Adventistas es capaz de decir de qué trata y qué
dice la Biblia con respecto a este asunto.
Como Iglesia
de Dios, a nivel corporativo, casi completo y unánime (con muy pocas
excepciones), estamos en violación clara y directa de la voluntad de Dios. Hay
una rebelión colectiva en el campamento y todos los de fuera la pueden ver. Sin
embargo, los de dentro parecen completamente ciegos y despreocupados. Y
creedme, no sirve de nada que alguien diga: "Yo no soy parte de esto"
o "¡Yo no tengo nada que decir al respecto!". Según la Biblia, la
Palabra de Dios, eres parte de eso y serás condenado; si hasta ahora has guardado
silencio espero que los ejemplos antes descritos puedan despertarte y convencerte
de que debes levantarte y hablar. Tienes que mostrar tu desaprobación, o,
nuestro fracaso predecible será una reminiscencia del fracaso de Israel, será
una repetición de la corrupción que entró en la Iglesia después del primer
siglo, y, abandonados por Dios vamos a reflejar la misma sin vida y sin espíritu
actividad que se contempla entre las denominaciones apostatas que nos rodean.
Ya existe una
deplorable indiferencia hacia la devoción espiritual diaria, un malestar
bíblico (desconocimiento), una letargia espiritual entre nosotros como pueblo.
Los miembros en nuestras filas, en masa, han perdido o están perdiendo cada día
más el don del discernimiento espiritual. Esta es precisamente la forma en que
Satanás ha arruinado las denominaciones dominicales. Esos, inicialmente
sinceros y devotos Cristianos, estuvieron primero dispuestos a pequeños
compromisos, luego se comprometieron más y luego más y más, y finalmente hoy
día esas denominaciones no sienten ninguna vergüenza o incomodidad al rechazar
los claros Mandamientos de Dios. Y Satanás está haciendo exactamente lo mismo ante
nuestros ojos hoy, dentro de nuestra amada Iglesia Adventista del Séptimo día.
Dice el Señor,
“Si nos
rendimos a Dios, elegimos la luz y rechazamos la oscuridad. Pero si deseamos
mantener la independencia del corazón natural y negar la corrección de Dios,
nosotros, así como lo hicieron los judíos, cumpliremos obstinadamente nuestros
propósitos y nuestras ideas aun ante las más claras evidencias, y estaremos en
peligro de sufrir un engaño tan grande como el que sufrieron ellos; y en
nuestra infatuación ciega, podemos llegar tan lejos como ellos y todavía
halagarnos de que estamos haciendo la obra de Dios.” (4T, 231)
No tenemos que
seguir ese camino, pero a menos que nosotros, como denominación, rescindamos la
decisión del Concilio Anual de 1984 de ordenar mujeres como Ancianos, y luego
arrepentirnos corporativamente y confesar nuestro gran pecado, lo haremos. Y
ese camino nos lleva a la perdición sin rodeos, directamente. Dios no pasa por
alto la rebelión de Su pueblo contra Sus Mandamientos; no lo hizo en el pasado
y no lo hará en el futuro.
Al igual que
los judíos, es difícil para nosotros imaginar que el castigo de Dios y la ruina
caerá sobre Su pueblo elegido, o incluso de que podría haber la más remota
posibilidad de tal cosa. Después de todo, el Barco está avanzando, lento, pero
avanzando, la Iglesia nunca será aliada con Babilonia. Pero recuerda: todas las
promesas de Dios están condicionadas a la obediencia (Juan 3:16, Romanos 6:23, Revelación
14:12).
Un estudio
cuidadoso de la Biblia muestra que Dios hace maravillosas promesas de reavivamiento,
restauración y establecimiento de la Jerusalén como centro del mundo a través
de los profetas del Antiguo Testamento, pero esas promesas son condicionadas a
la obediencia a la voluntad revelada de Dios. ¿Por qué pensamos que con
nosotros sería diferente? Las promesas que nos ha dado Dios y que se encuentran
en la Biblia y en los escritos de la Sra. White, son igualmente condicionales. No
es garantizada del oficio la salvación de nadie, y ninguna denominación tiene destino
establecido sin más. Dios no excusa la rebelión.
La Biblia nos
dice que en los últimos días el pueblo de Dios lleva el Evangelio Eterno al
mundo entero (Rev. 14). Este mensaje universal en propósito y llamamiento,
identificado con los Mensajes de Los Tres Ángeles, unirá un pueblo para Dios de
diferentes denominaciones, diferentes religiones y diferentes etnias, bajo la
bandera ensangrentada de Cristo Jesús. No habrá compromiso con el mundo y su
cultura, pase lo que pase. El pueblo de Dios (El Remanente) es firmemente fiel a la Biblia,
aunque están dispersos por la Tierra, algunos en lugares remotos, y
permanecerán inquebrantables en su devoción a Jehová, incluso con el riesgo de perder
bienes, familias, integridad física y la vida. En el libro El Gran Conflicto,
pág. 595 leemos esto,
“Pero Dios
tendrá en la Tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y solo la Biblia, como
la norma de todas las doctrinas y base de todas las reformas. Ni las opiniones
de los sabios, ni las deducciones de la ciencia, ni los credos o decisiones de
concilios tan numerosos y discordantes como lo son las iglesias que
representan, ni la voz de las mayorías, nada de esto, ni en conjunto ni en
parte, debe ser considerado como evidencia en favor o en contra de cualquier
punto de fe religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto, debemos
cerciorarnos de si los autoriza un categórico “¡Así dice Jehová!”.
No culpemos a
Dios por lo que sufrimos cada uno, y por lo que vamos a sufrir en la crisis que
se acerca. Somos dueños de nuestro propio destino; hoy podemos elegir ser parte
de ese grupo descrito en Revelación 14 y por la profeta del Señor en El Gran
Conflicto, o podemos escabullirnos envalentonados por el error, engañados por
Satanás, abandonados por Dios y reservados para la destrucción.
Depende de
nosotros actuar, hablar. Las recomendaciones del Concilio del Campamento, en
Mohaven, 1973, son una mancha vergonzosa en la historia de nuestra Iglesia y
deberían ser una lección para cada uno de nosotros, de los resultados y
nefastas consecuencias cuando se minimiza la autoridad bíblica y se eleva la
cultura. Por lo tanto, debe anularse la decisión del Consejo Anual de 1984 de
permitir la ordenación de mujeres como Ancianos. Nosotros como denominación
debemos orar como Daniel oró. Hemos pecado corporativamente, corporativamente
tenemos que arrepentirnos y corporativamente tenemos que confesar nuestro gran
pecado y volvernos a Dios y Su Palabra, antes de que Dios se aparte de
nosotros.
Sin embargo,
cada uno responde individualmente por sus acciones delante de Jehová. Y recordemos
la temible realidad de que “El Tribunal se sentó y fueron abiertos los libros”
(Dan 7:9-10).
El Juicio ha
empezado y la sentencia se empezará a ejecutar primero con la Casa de Dios (Ezequiel
9:6).
¿Y si te toca
hoy a ti?
“Si Dios
aborrece un pecado más que otro del cual Su pueblo es culpable, es el de no
hacer nada en caso de una emergencia. La indiferencia y la neutralidad en una
crisis religiosa son consideradas por Dios como un grave delito, igual al peor
tipo de hostilidad contra Jehová.” (3T, 280)
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