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domingo, 23 de septiembre de 2018

Indiferencia y Neutralidad






               Hay buenas razones por las que nosotros, como Iglesia, debemos comenzar una reforma sin demora. La reforma del arrepentimiento. La Biblia contiene numerosos ejemplos de rebelión y sus consecuencias predecibles. Veamos algunos:
Cuando Josué tomó a Jericó, un hombre, Acán hizo caer la maldición de Dios sobre toda la nación y muchas vidas del pueblo se perdieron en batallas que deberían haber sido arrolladoras victorias. Muchas familias perdieron a sus seres queridos, debido al pecado oculto de un solo hombre.
En los años oscuros de apostasía de Israel, cuando el rey Acab gobernaba Israel, alrededor de 860 a.C., tres años de sequía destruyeron la tierra. El sustento de cientos de miles, sino millones, se arruinó. Hubo una gran hambruna, porque la nación dirigida por sus líderes, le había dado la espalda a Dios y adoraba a los dioses paganos (mundanos) con sus prácticas corruptas y ritos inmorales. Cuando Elías lloró ante Dios diciéndole que él era el único que quedaba fiel en Israel, Dios le dijo que había 7000 que no le habían doblado la rodilla a Baal. Y esos 7000 inocentes también sufrieron a causa de los pecados de sus hermanos.
Cuando la reforma (bajo el rey Josías) se encontró con la oposición en Judá y eventualmente desapareció, y el reino del sur cayó nuevamente en apostasía total, los babilonios tomaron en cautividad miles de prisioneros judíos; decenas de miles fueron masacrados durante el período 605 - 586 B.C. La ciudad de Jerusalén fue destruida, el templo reducido a escombros, el país devastado, las ciudades y los pueblos saqueados, pero en la conflagración, en la matanza había personas inocentes que honraban a Dios que murieron o perdieron a sus seres queridos y fueron llevados al exilio. Esas personas fieles a Jehová sufrieron el castigo por los pecados de sus hermanos.
Cuando Jesús cargaba Su cruz por las calles de Jerusalén hacia Gólgota, Su atención fue atraída por llantos y lamentos. Leamos la historia en Lucas 23:27-28,
"Y le seguía una gran multitud del pueblo, y de mujeres, que también lloraban y lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos’.”
¿Por qué dijo eso el Señor Jesús? Porque, aunque esas mujeres eran inocentes de Su muerte, y aunque no habían tomado parte en la conspiración para asesinarlo, ellas y sus hijos quedarían atrapados en el caos que iba a caer sobre la nación debido al rechazo corporativo del Hijo ungido de Dios (Mateo 23-24:1).
Aquí es donde nos encontramos nosotros hoy. Y uno de los asuntos más destructivos en la Iglesia Adventista y la declaración de rebelión más abominable para el Cielo, es el asunto sobre la autoridad bíblica en el oficio de Anciano/Obispo/Supervisor (el oficio de pastor así como se practica actualmente es simplemente un invento “comercial” humano – un “negocio” religioso falto de base bíblica). Este asunto es más conocido entre los Adventistas como, “La Ordenación de Mujeres”. Aunque, tristemente, ni uno de 10 mil Adventistas es capaz de decir de qué trata y qué dice la Biblia con respecto a este asunto.
Como Iglesia de Dios, a nivel corporativo, casi completo y unánime (con muy pocas excepciones), estamos en violación clara y directa de la voluntad de Dios. Hay una rebelión colectiva en el campamento y todos los de fuera la pueden ver. Sin embargo, los de dentro parecen completamente ciegos y despreocupados. Y creedme, no sirve de nada que alguien diga: "Yo no soy parte de esto" o "¡Yo no tengo nada que decir al respecto!". Según la Biblia, la Palabra de Dios, eres parte de eso y serás condenado; si hasta ahora has guardado silencio espero que los ejemplos antes descritos puedan despertarte y convencerte de que debes levantarte y hablar. Tienes que mostrar tu desaprobación, o, nuestro fracaso predecible será una reminiscencia del fracaso de Israel, será una repetición de la corrupción que entró en la Iglesia después del primer siglo, y, abandonados por Dios vamos a reflejar la misma sin vida y sin espíritu actividad que se contempla entre las denominaciones apostatas que nos rodean.
Ya existe una deplorable indiferencia hacia la devoción espiritual diaria, un malestar bíblico (desconocimiento), una letargia espiritual entre nosotros como pueblo. Los miembros en nuestras filas, en masa, han perdido o están perdiendo cada día más el don del discernimiento espiritual. Esta es precisamente la forma en que Satanás ha arruinado las denominaciones dominicales. Esos, inicialmente sinceros y devotos Cristianos, estuvieron primero dispuestos a pequeños compromisos, luego se comprometieron más y luego más y más, y finalmente hoy día esas denominaciones no sienten ninguna vergüenza o incomodidad al rechazar los claros Mandamientos de Dios. Y Satanás está haciendo exactamente lo mismo ante nuestros ojos hoy, dentro de nuestra amada Iglesia Adventista del Séptimo día.
Dice el Señor,
“Si nos rendimos a Dios, elegimos la luz y rechazamos la oscuridad. Pero si deseamos mantener la independencia del corazón natural y negar la corrección de Dios, nosotros, así como lo hicieron los judíos, cumpliremos obstinadamente nuestros propósitos y nuestras ideas aun ante las más claras evidencias, y estaremos en peligro de sufrir un engaño tan grande como el que sufrieron ellos; y en nuestra infatuación ciega, podemos llegar tan lejos como ellos y todavía halagarnos de que estamos haciendo la obra de Dios.” (4T, 231)
No tenemos que seguir ese camino, pero a menos que nosotros, como denominación, rescindamos la decisión del Concilio Anual de 1984 de ordenar mujeres como Ancianos, y luego arrepentirnos corporativamente y confesar nuestro gran pecado, lo haremos. Y ese camino nos lleva a la perdición sin rodeos, directamente. Dios no pasa por alto la rebelión de Su pueblo contra Sus Mandamientos; no lo hizo en el pasado y no lo hará en el futuro.
Al igual que los judíos, es difícil para nosotros imaginar que el castigo de Dios y la ruina caerá sobre Su pueblo elegido, o incluso de que podría haber la más remota posibilidad de tal cosa. Después de todo, el Barco está avanzando, lento, pero avanzando, la Iglesia nunca será aliada con Babilonia. Pero recuerda: todas las promesas de Dios están condicionadas a la obediencia (Juan 3:16, Romanos 6:23, Revelación 14:12).
Un estudio cuidadoso de la Biblia muestra que Dios hace maravillosas promesas de reavivamiento, restauración y establecimiento de la Jerusalén como centro del mundo a través de los profetas del Antiguo Testamento, pero esas promesas son condicionadas a la obediencia a la voluntad revelada de Dios. ¿Por qué pensamos que con nosotros sería diferente? Las promesas que nos ha dado Dios y que se encuentran en la Biblia y en los escritos de la Sra. White, son igualmente condicionales. No es garantizada del oficio la salvación de nadie, y ninguna denominación tiene destino establecido sin más. Dios no excusa la rebelión.
La Biblia nos dice que en los últimos días el pueblo de Dios lleva el Evangelio Eterno al mundo entero (Rev. 14). Este mensaje universal en propósito y llamamiento, identificado con los Mensajes de Los Tres Ángeles, unirá un pueblo para Dios de diferentes denominaciones, diferentes religiones y diferentes etnias, bajo la bandera ensangrentada de Cristo Jesús. No habrá compromiso con el mundo y su cultura, pase lo que pase. El pueblo de Dios (El Remanente) es firmemente fiel a la Biblia, aunque están dispersos por la Tierra, algunos en lugares remotos, y permanecerán inquebrantables en su devoción a Jehová, incluso con el riesgo de perder bienes, familias, integridad física y la vida. En el libro El Gran Conflicto, pág. 595 leemos esto,
“Pero Dios tendrá en la Tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y solo la Biblia, como la norma de todas las doctrinas y base de todas las reformas. Ni las opiniones de los sabios, ni las deducciones de la ciencia, ni los credos o decisiones de concilios tan numerosos y discordantes como lo son las iglesias que representan, ni la voz de las mayorías, nada de esto, ni en conjunto ni en parte, debe ser considerado como evidencia en favor o en contra de cualquier punto de fe religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto, debemos cerciorarnos de si los autoriza un categórico “¡Así dice Jehová!”.

No culpemos a Dios por lo que sufrimos cada uno, y por lo que vamos a sufrir en la crisis que se acerca. Somos dueños de nuestro propio destino; hoy podemos elegir ser parte de ese grupo descrito en Revelación 14 y por la profeta del Señor en El Gran Conflicto, o podemos escabullirnos envalentonados por el error, engañados por Satanás, abandonados por Dios y reservados para la destrucción.
Depende de nosotros actuar, hablar. Las recomendaciones del Concilio del Campamento, en Mohaven, 1973, son una mancha vergonzosa en la historia de nuestra Iglesia y deberían ser una lección para cada uno de nosotros, de los resultados y nefastas consecuencias cuando se minimiza la autoridad bíblica y se eleva la cultura. Por lo tanto, debe anularse la decisión del Consejo Anual de 1984 de permitir la ordenación de mujeres como Ancianos. Nosotros como denominación debemos orar como Daniel oró. Hemos pecado corporativamente, corporativamente tenemos que arrepentirnos y corporativamente tenemos que confesar nuestro gran pecado y volvernos a Dios y Su Palabra, antes de que Dios se aparte de nosotros.
Sin embargo, cada uno responde individualmente por sus acciones delante de Jehová. Y recordemos la temible realidad de que “El Tribunal se sentó y fueron abiertos los libros” (Dan 7:9-10).
El Juicio ha empezado y la sentencia se empezará a ejecutar primero con la Casa de Dios (Ezequiel 9:6).
¿Y si te toca hoy a ti?

“Si Dios aborrece un pecado más que otro del cual Su pueblo es culpable, es el de no hacer nada en caso de una emergencia. La indiferencia y la neutralidad en una crisis religiosa son consideradas por Dios como un grave delito, igual al peor tipo de hostilidad contra Jehová.” (3T, 280)

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