lunes, 1 de junio de 2015

Haya en vosotros esta mente

Ellen G. White

                        Para mis hermanos y hermanas que todavía creen que Dios nos ha hablado y nos habla aún hoy mediante los escritos inspirados de Ellen G. White, he traducido esta revelación divina. Creo firmemente que nosotros somos la última generación y que estas cosas “están escritas para amonestarnos a nosotros, sobre quienes ha venido el fin del mundo.” (1ª Corintios 10:11, KJV).

                 3 septiembre, 1902, “Haya en vosotros esta mente”
                 Signs of the Time [Señales de Los Tiempos]
                 Ellen G. White


              Las éticas inculcadas por el Evangelio no reconocen otro estándar que la perfección de la mente de Dios, la voluntad de Dios. Dios requiere de Su criaturas conformidad a Su voluntad. La imperfección del carácter es pecado, y el pecado es transgresión de la Ley. Todos los atributos de justicia de carácter moran en Dios como un conjunto armónico y perfecto. Todo aquel que recibe a Cristo como su Salvador personal tiene el privilegio de poseer estos atributos. Esta es la ciencia de la santidad.

                ¡Qué gloriosas son las posibilidades establecidas ante la raza caída! A través de Su Hijo, Dios ha revelado la excelencia que el hombre es capaz de alcanzar. A través de los méritos de Cristo, el hombre es levantado de su estado depravado, es purificado, y hecho más precioso que el oro de Ofir. Es posible para el ser humano convertirse en un compañero de los ángeles en la gloria, y reflejar la imagen de Jesucristo, brillando incluso en el esplendor radiante del Trono eterno. Es su privilegio de tener fe en que, a través del poder de Cristo, él se será hecho inmortal. Sin embargo, cuán poco se da el hombre cuenta de las alturas que podía alcanzar si quisiera permitir a Dios dirigir cada paso que tiene que dar.
                Dios permite a cada ser humano ejercer su individualidad. Él desea que nadie sumerja su mente en la mente de un hombre mortal. Los que desean ser transformados en mente y carácter no deben mirar a los hombres, sino al Ejemplo divino. Dios da la invitación: “Haya en vosotros esta mente, que hubo también en Cristo Jesús.” (Filipenses 2:5 – KJV). Mediante la conversión y la transformación, los hombres han de recibir la mente de Cristo. Cada uno debe estar delante de Dios con una fe individual, una experiencia individual, sabiendo por sí mismo que Cristo es formado en el interior, en el corazón, la esperanza de gloria. Para nosotros, imitar el ejemplo de una persona - aun una que podríamos considerar como casi perfecta en carácter - sería poner nuestra confianza en un ser humano defectuoso, uno que no es capaz de impartir una jota ni una tilde de perfección.
         Como nuestro Ejemplo, tenemos a Aquél que es todo y en todos, el principal entre diez mil, a Aquel cuya grandeza es más allá de toda comparación. Él, generosamente adaptó Su vida para imitación universal. Unidos en Cristo, fueron la riqueza y la pobreza; la majestad y la humillación; el poder ilimitado y la mansedumbre y humildad, que se verán reflejadas en cada alma que le recibe. En Él, a través de las cualidades y poderes de la mente humana, fue revelada la sabiduría del más grande Maestro que el mundo haya conocido jamás.
         Ante el mundo, Dios nos está formando como testigos vivos de lo que los hombres y las mujeres pueden llegar a ser por la gracia de Cristo. Se nos exhorta a luchar por la perfección del carácter. El divino Maestro dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es y perfecto.” ¿Podría Cristo tentarnos exigiendo de nosotros una imposibilidad - ¡Jamás, jamás! Qué honor nos confiere Él instándonos a ser santos en nuestra esfera, así como el Padre es santo en Su esfera! Jesús puede capacitarnos a hacer esto, porque Él declara, “Todo poder Me es dado en el Cielo y en la tierra.” Este poder ilimitado es nuestro privilegio de reclamar.     
         La gloria de Dios es Su carácter. Mientras Moisés estaba en el monte, intercediendo fervientemente ante Dios, él oró: “Te ruego que me muestres Tu gloria.” En respuesta Dios declaró, “Yo haré pasar toda Mi bondad delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti, y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente.” La gloria de Dios - Su carácter - fue entonces revelada: ”El Señor pasó por delante de él y proclamó: Jehová, Jehová Dios, misericordioso y clemente, tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo dará por inocente al culpable.”
         Este carácter fue revelado en la vida de Cristo. A fin de poder, por Su propio ejemplo, condenar el pecado en la carne, Él tomó sobre Sí la semejanza de carne de pecado. Constantemente Él contempló el carácter de Dios; constantemente Él reveló este carácter al mundo.
         Cristo desea que Sus seguidores revelen en sus vidas este mismo carácter. En Su oración de intercesión por Sus discípulos, Él declaró: “La gloria [el carácter] que Tú me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos Uno: Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en uno, y para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado como también a Mí me has amado.” [Juan 17:21].
         Hoy todavía es Su propósito el de santificar y purificar Su Iglesia, “en el lavamiento del agua por la Palabra, para presentársela gloriosa para Sí Mismo, una Iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha.” No hay mayor regalo que el carácter que Él reveló, que puede Cristo pedir a Su Padre para otorgar a los que creen en Él. ¡Qué grandeza hay en Su petición! ¡Qué plenitud de gracia tiene el privilegio de recibir cada seguidor de Cristo!
         Dios trabaja con aquellos que representan adecuadamente Su carácter. A través de ellos, Su voluntad se cumple en la tierra tal como se cumple en el Cielo. La santidad conduce a su poseedor a ser fructífero, abundando en toda buena obra. El que tiene la mente que hubo en Cristo, nunca se cansa de hacer el bien. En lugar de esperar la promoción en esta vida, él espera el momento en que la Majestad de los cielos exaltará a los santificados a Su Trono, diciéndoles:Venid, benditos de Mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.”
         ¡O, si podríamos apreciar más plenamente el honor de Cristo nos confiere! Llevando Su yugo y aprendiendo de Él, llegamos a ser como Él, en aspiración, en mansedumbre y humildad, en fragancia de carácter, y unirnos con Él en atribuir alabanza, gloria y honra a Dios como supremo. Aquellos que viven a la altura de sus altos privilegios en esta vida, recibirán una recompensa eterna en la vida venidera. Si seremos fieles, nos uniremos a los coros celestiales en canciones de dulces acordes, cantando alabanzas para Dios y para el Cordero.
         Es la obra de nuestra vida, ir siempre hacia adelante para alcanzar la perfección del carácter Cristiano, esforzándonos constantemente estar en armonía con la voluntad de Dios. Día a día debemos avanzar hacia arriba, siempre hacia arriba, hasta que de nosotros se pueda decir: “Vosotros estáis completos en Él.
claudio popa
burgos
01.06.2015

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