lunes, 3 de agosto de 2015

¿Qué Significa Ser Miembro de la Iglesia?





           “Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a Sí Mismo por ella para santificarla limpiándola en el lavamiento del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para Sí, una Iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha.” (Efe 5:26)

          Esa, como dice la Palabra, es la Iglesia que Cristo presentará para Sí Mismo cuando vendrá por segunda vez. Él amó esa Iglesia, la Iglesia, y se entregó a Sí Mismo por ella; y todo aquel que es parte de esa Iglesia cuando ella será la Iglesia gloriosa, que no tendrá mancha ni arruga, ni cosa semejante, debe amar a la Iglesia, y darse a Sí Mismo por ella.
          Esa es la Iglesia a quien Dios dará Su último mensaje, para este mundo, "en esta generación". Pero Él no puede tener esa Iglesia a través de la cual pueda dar ese mensaje final, hasta que encontrará un pueblo que ame a la Iglesia y que se den a sí mismos por ella.
          Eso está más claro que el agua; ¿acaso no está escrito, "Que esta mente esté en vosotros, la que hubo también en Cristo Jesús"? Y cuando esa mente que hubo en Él, lo llevó a amar la Iglesia, y a darse a Sí Mismo por ella, ¿qué hará esa mente en cualquier otra persona? No creo que se necesitan explicaciones a eso, ¿no?
          La Iglesia es el cuerpo de Cristo en el mundo. Es Cristo manifestado en el mundo; es Cristo Mismo encarnado en el mundo. Y esa Iglesia, siendo Su cuerpo, siendo Él Mismo manifestado, amar a esa iglesia y darme a mí mismo por ella, no es otra cosa, y no puede ser otra cosa, que amar a Cristo y entregarme a mí mismo por Él.

         Entonces, la membresía en esa Iglesia, no significa pertenecer a la Iglesia con el fin de pertenecer a Cristo, sino pertenecer a Cristo, a fin de pertenecer a la Iglesia. Y la diferencia entre estas dos cosas, es la diferencia entre el Cristianismo y el misterio de la iniquidad. La diferencia entre estas dos cosas es la diferencia entre el misterio de Dios y el misterio de la iniquidad. El misterio de la iniquidad exalta la forma, el nombre, la idea de iglesia, y luego llama, y arrastra, y obliga a todo el mundo a unirse a esa iglesia, con el fin de que pueda cumplir el objetivo del misterio de la iniquidad, -no para la salvación, porque la salvación no está en ella, ni de justicia, porque la justicia no está en ella. La gente en este caso, es la misma que antes, aunque llevan un nombre diferente. Se ajustan a las diferentes formas de las cosas como antes; pero en el carácter, en la vida, en todo lo que alguna vez fueron, ellos son los mismos que eran, antes de ser miembros de alguna iglesia.
           Pero la Iglesia, la Iglesia de Cristo, es Él Mismo, manifestado. Por lo tanto, para pertenecer a esa Iglesia, debemos pertenecer primero a Él. Y la membresía en esa Iglesia, depende enteramente de nuestra pertenencia a Él. Y estar en esa Iglesia depende enteramente de que estemos en Él. Luego, cuando entramos en la Iglesia, al entrar en Él, y estamos en la Iglesia, estando en Él, eso hace un pueblo nuevo. Eso cambia el individuo en otro hombre. Eso lo hace un Cristiano, como Cristo, Cristo manifestado.
         Luego necesitamos considerarnos cada día, cada uno a sí mismo, y preguntarnos: “¿Soy yo miembro de la Iglesia porque estoy inscrito en los libros de la Iglesia? Soy yo miembro de la Iglesia porque me he unido a la Iglesia y eso es donde pertenezco?" No, sino, "¿Soy yo miembro de la Iglesia porque mi nombre está inscrito en el libro de la vida? Soy yo miembro de la Iglesia porque me he entregado a Cristo, y le pertenezco a Él, y vivo, me muevo, y tengo mi ser en Él?” Porque solamente personas como estas son los únicos verdaderos miembros de la Iglesia que hay en esta tierra. No importa desde cuándo tenemos nuestros nombres inscritos en el registro de la Iglesia, ni cuánto tiempo hemos sido miembros de la Iglesia, uniéndonos a lo que es una idea de iglesia en la forma, una colección de individuos. No importa lo mucho que hacemos esto, ni por cuánto tiempo se puede hacer; de este modo, nunca vamos a ser verdaderos miembros de la Iglesia.
         Y a pesar de que la oportunidad o las circunstancias deberían evitar que tu nombre esté en cualquier libro de la tierra, o en cualquier colección de individuos sobre la tierra, sin embargo, si tú estás unido a Cristo, y vives en Él, tú eres miembro de la Iglesia , aunque seas el único alma en la tierra. Esa es la única verdadera membresía a la Iglesia de Cristo, y ésa es la única manera de ser miembro de la Iglesia de Cristo.
         Cristo amó a la Iglesia, y se dio a Sí Mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavamiento del agua por la Palabra, para presentársela gloriosa para Sí, una Iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha. Por eso, ese mismo pensamiento debe estar en cada uno de nosotros, para que podamos llamarnos Cristianos y miembros de la Iglesia de Cristo. La única cosa que debemos hacer es amar a la Iglesia y darnos a nosotros mismos por ella, para santificarla limpiándola en el lavamiento del agua por la Palabra, la Biblia, para presentarla a Cristo, una Iglesia gloriosa, que no tenga mancha ni arruga, ni cosa semejante.
         Cristo amó a la Iglesia, y se dio a Sí Mismo por ella. Estamos familiarizados con la idea de que, “Cristo me amó y se dio a Sí Mismo por mí”. Y la Biblia nos dice que haciendo eso, amándome y dándose a Sí Mismo por mí, Jesús me amó y se me dio a Sí Mismo.
         Es lo mismo con la Iglesia. Él amó a la Iglesia, y se dio a Sí Mismo por la Iglesia; y en amar a la Iglesia, y dándose a Sí Mismo para la Iglesia, Él amó a la Iglesia, y se dio a Sí Mismo a la Iglesia. Luego, cuando yo, de Él, con Su mente, y por Él, amó a la Iglesia, y me doy a mí mismo por ella, yo amo a la Iglesia, y me entrego a mí mismo a ella, y entonces literalmente, pertenezco a la Iglesia.
         Unas palabras sobre esto: es una expresión común eso de, “tal y tal persona pertenecen a la Iglesia”, o, “Yo pertenezco a la Iglesia”. Pero la pregunta que debemos ponernos hoy día es, “¿Pertenezco yo a la Iglesia, o pertenezco al mundo? ¿Me pertenezco yo a mí mismo, o al mundo, o estoy en posesión, en propiedad y en poder de la Iglesia, y por eso literalmente pertenezco a la Iglesia? ¿Me he entregado de verdad a mí mismo a la Iglesia? ¿A Cristo?
         Esa es la clase de Iglesia que Cristo dejó cuando se fue, o al menos, que existió unos pocos días después de Su ascensión, cuando Él derramó el Espíritu Santo sobre ella. Esa es la clase de Iglesia, en otras palabras, que Él envió al mundo, para comenzar su gran obra sobre la tierra. Y esa Iglesia, esa clase, pocos en número, alcanzó el mundo con el mensaje de Cristo en esa generación, que estaba medio pasada cuando comenzaron. No es una cuestión de número, ni del tamaño del mundo, ni nada por el estilo, lo que debemos considerar hoy al dar este mensaje al mundo. La única cosa que debemos considerar hoy es: ¿Pertenecen todos los Adventistas Del Séptimo Día a la Iglesia? Una vez resuelta esa cuestión con los 18 millones de Adventistas Del Séptimo Día que hay actualmente -que estos 18 millones, cada uno, de forma individual, para sí mismo, pertenece a la Iglesia-, el problema más fácil que jamás podría ocurrir en la tierra, sería proclamar Los Mensajes de Los Tres Ángeles en esta generación.
         Hubo ciento veinte Cristianos con quienes empezar, en aquel día de Pentecostés. Hoy en el mundo viven 18 millones de Adventistas Del Séptimo Día. El mundo no es mucho más grande hoy, de como lo fue cuando los apóstoles comenzaron a partir de Pentecostés, ya que el número de Adventistas Del Séptimo Día es más grande hoy que el número de los apóstoles en aquellos días. Entonces, así como esa pequeña empresa pudo predicar el Evangelio al mundo, de modo que las Escrituras pudieron llegar “a toda criatura bajo el cielo”, en aquella generación que estaba medio pasada, porque ellos pertenecían a la Iglesia, también en la actualidad sería perfectamente fácil para este gran número de discípulos, alcanzar al mundo en lo que queda de esta generación, si solamente todos pertenecerían a la Iglesia.
         Hay abundantes medios hoy. Los Adventistas Del Séptimo Día tienen gran cantidad dinero, pero no todo pertenece a la Iglesia. Este es el problema. Hay suficiente dinero entre los Adventistas Del Séptimo Día de hoy, para dar un impulso a este Mensaje, que alcanzaría al mundo en el resto de esta generación, si solamente ese dinero pertenecería a la Iglesia. Hay suficientes instalaciones, hay suficiente talento, hay suficiente habilidad, y hay todo lo que sea necesario y todos los suministros que jamás serían necesarios, si solamente esas instalaciones, ese talento, esas facultades y suministros, pertenecerían a la Iglesia.
        Y es una pregunta que vale la pena preguntar, "¿Si mi dinero pertenece al mundo, yo pertenezco a la Iglesia?" Si mis talentos, mis habilidades son puestas en la obra del mundo, para el mundo, y no en la obra de la Iglesia, para la Iglesia, entonces vale la pena considerar la pregunta, "¿Pertenezco yo a la Iglesia o a mí mismo?"
         Eso conduce nuestra atención a las preguntas, "¿Cuánto tardaré en corregir mi compostura?" "¿Cuánto hay en mí humano y cuánto divino?" "¿Puede haber un hombre aquí, y sus facultades allá, sus habilidades en otro lugar, y los frutos de sus facultades, los frutos de sus habilidades, los resultados de su vida y esfuerzo, en otro lugar?" "¿Podría ser eso, y el hombre estar aquí, -el hombre completo?"- No, señor. Todas mis facultades, todo el fruto de mi vida, deben estar donde estoy yo, si yo mismo estoy allí. No podemos escapar de eso, ni evitar reconocer eso.
         Entonces, ¿pertenezco yo a la Iglesia? ¿De verdad le pertenezco? Esa es la pregunta. ¿Pertenecen esos 18 millones de Adventistas Del Séptimo Día a la Iglesia? ¿Le pertenecemos? Esa es la pregunta.
         Para ilustrar: Supongamos que tengo mi nombre inscrito en el libro de la Iglesia, perteneciendo a la Iglesia. Soy un maestro de escuela y me paso todo el tiempo, todo mi esfuerzo, toda mi capacidad, y todas mis facultades, como maestro de escuela, en una escuela del mundo, enseñando en una escuela del mundo, en la forma en que el mundo enseña, en la educación del mundo; vale la pena preguntarse, ¿Pertenezco yo a la Iglesia? ¿Estoy yo amando la Iglesia y dándome a mí mismo por ella? Si cualquier cosa que yo pueda profesar, mis facultades, mi vida, todo lo que yo estoy, si todas las capacidades que Dios me ha dado, las estoy dando para el mundo, para la obra del mundo, y para los fines del mundo, si eso es así, entonces, ¿estoy yo amando la Iglesia y dándome a mí mismo por ella? ¿Pertenezco yo a la Iglesia?
         Supongamos que soy un médico y doy todas mis capacidades, mi talento, mis facultades, mi vida, y mi esfuerzo, a la manera del mundo, de lo que el mundo llama la medicina, la forma en que el mundo trata la enfermedad. Yo estoy registrado como miembro de la Iglesia, como perteneciente a la Iglesia, y debo ser santificado y purificado en el lavamiento del agua por la Palabra de Dios, y en esa Palabra de Dios se le da a la Iglesia lo divino, el verdadero sistema de tratamiento médico, la verdadera filosofía y tratamientos en relación con la salud, la enfermedad, el estilo de vida correcto, y todas estas cosas. Yo pertenezco a la Iglesia, para ser santificado y purificado en el lavamiento del agua por la Palabra de Dios. Pero en vez de hacer lo que la Palabra me dice hacer, en vez de dedicarme a lo que me he comprometido como pertenecientes a la Iglesia, yo hago lo que dice el mundo, y me dedico al mundo, a lo que es del mundo, pero yo declaro que pertenezco a la Iglesia. ¿Seguro le pertenezco?
         Yo pertenezco a la Iglesia con el propósito de ser santificado y purificado en el lavamiento del agua por la Palabra de Dios, a la Iglesia. Eso dice esa Palabra, y esa Palabra en sí, es un sistema de educación. Esa es la verdad y esa es la única verdadera educación. Yo digo que pertenezco a la Iglesia, pero estoy satisfecho con la educación del mundo, con el sistema de educación del mundo, con la filosofía del mundo sobre la educación, y dedico mi vida a eso. Quiero saber entonces, ¿Realmente pertenezco yo a la Iglesia? Es exactamente así también con los maestros, con los médicos, o con cualquiera otra profesión.
         O digamos que soy un hombre de negocios en el mundo, de cualquier negocio, agricultura, o trabajo de carpintero, constructor, etc.; me refiero al mundo del negocio comercial, cotidiano. Yo estoy como perteneciente a la Iglesia, soy miembro de la Iglesia registrado, y en los esfuerzos que puse en el pensamiento, mi esfuerzo, con la bendición de Dios sobre todo mi trabajo, mis ingresos aumentan. Y lo pongo todo en un banco del mundo. Yo no soy un especulador; yo pertenezco a la Iglesia. Pero aquí tengo todos los medios que Dios me ha dado como miembro de la Iglesia, y los puse en un banco del mundo. Los he prestado a los hombres del mundo, para ser utilizado en los negocios del mundo, en lugar de en el obra de la Iglesia, a la que pertenezco. Entonces es una buena pregunta para mí preguntarme, ¿Pertenezco yo a la Iglesia?
         Estas referencias son suficientes para ilustrar. Creo que no hay nadie aquí, que no puede mirar por todo el mundo y ver miles y miles de Adventistas Del Séptimo Día que tienen una posición de aparente pertenencia a la Iglesia, y dejar una pregunta abierta, que cada uno se ponga: ¿Pertenezco yo a la Iglesia? Y cada uno aquí presente puede comprender que si todos los Adventistas Del Séptimo Día del mundo, desde este día en adelante, realmente pertenecerían a la Iglesia, no habrá ninguna duda que el Mensaje de Salvación podría darse al mundo en esta generación. Sabemos que esto es así. Entonces, hermanos, el problema no es difícil. Es solamente resolver esta pregunta, cada uno, por sí mismo: ¿Pertenezco yo a la Iglesia?
         ¿Y ahora, no debería yo girar la búsqueda de mí mismo, girar mis facultades, y mis medios involucrados en la obra del mundo, utilizados en favor del mundo, y dedicados a la obra del mundo, -no deberíamos todos girar, lejos de allí, y ponerlo todo en la obra de la Iglesia, dedicarlo a la causa de la Iglesia en la tierra, a la Iglesia que pertenecemos? Vamos a hacer todos eso, y sabemos claramente que, espiritualmente, eso sacudiría el mundo fuera de su lugar. ¡Piénsalo! Si todos los Adventistas Del Séptimo Día del mundo podrían considerar realmente este deber, y amar a la Iglesia, y darse a sí mismos, con sus hijos, para la Iglesia y por la Iglesia, ¿cómo estaría nuestra obra? Estaría como debería estar. Y tal consagración como esa, traería tal poder del Cielo, que la obra sería fácil. La falta de obreros por falta de recursos, no sería como es ahora.
         Y así, con todo el resto, en todas las áreas de la vida, si todos los Adventistas Del Séptimo Día del mundo, convertirían sus familias a la educación Cristiana, a la educación que se convierte en Iglesia, y que el mundo está llamando a la Iglesia para dar al mundo, y por la falta de la cual, y debido a la falta de ella, el mundo mismo está diciendo que la Iglesia (en esa educación) es claramente deficiente, -si esto se hiciera, el mundo podría fácilmente ser alcanzado en esta generación con el Mensaje de la Verdad Presente.
         Es tiempo de que haya una Iglesia en el mundo, que se levante y sea, no una iglesia claramente deficiente en educación, sino que sea todo en educación. Si los Adventistas del Séptimo Día de verdad se darían a sí mismos a la Iglesia, amándola y entregarse a sí mismos por ella, con todos sus talentos, y todos sus medios, y todos sus poderes, entonces todo el problema estaría resuelto. Los campos del mundo son abundantes. Todo el mundo está preparado, abierto y listo para la cosecha final. Las profecías, tan abundantes, nos demuestran que ahora es el momento que se nos ha presentado. Si este pueblo (Adventista) nos presentaríamos a Cristo hoy, amando la Iglesia y darnos a nosotros mismos por ella, si este pueblo, digo, nos presentaríamos a Cristo como Su Iglesia, amando esa Iglesia, dándonos a nosotros mismos para ella, y entregarnos a ella, con todo nuestro esfuerzo y con todo el fruto de nuestro esfuerzo, en cualquier área de la vida, entonces, será como lo fue antes; esta será una santa Iglesia, que no tuviese mancha, ni arruga, ni cosa semejante.
          La Iglesia es la columna y la plataforma, el soporte y el depósito de la verdad en el mundo. El único medio por el cual este mundo puede alguna vez obtener la verdad, es mediante la Iglesia. Puede ser, que la Iglesia, como la iglesia de Israel y de Judá, no compartirá de forma voluntaria esa verdad por el mundo. Las personas pueden, como Israel y Judá, encerrarse dentro de sí mismos, y torcer la verdad de Dios, poner otras cosas en su lugar, y mantenerse a ellos mismos lejos del mundo, y de este modo fallar en dar la verdad al mundo. Pero si eso será así, entonces esa Iglesia será esparcida, al igual como lo fue Israel y Judá, entre las naciones de los gentiles; y allí, en la opresión y en la esclavitud, las naciones encontrarán la verdad a través de la Iglesia. Así que, de cualquier manera que sea, la única manera de que las naciones puedan obtener la verdad, es por medio de la Iglesia. La única manera de que la verdad de Dios puede alcanzar a las naciones, es a través de Su Iglesia: por lo tanto, esto es lo que es que la Iglesia de Cristo, que es el cuerpo de Cristo: es la columna y la plataforma, el soporte y el depósito de la verdad en el mundo. Es, lo único que mantiene viva la verdad en la tierra.
         ¿Cómo, entonces, puede el mundo obtener la verdad de mí, como de la Iglesia, cuando todos mis esfuerzos son involucrados y gastados en actividades mundanales y en la filosofía del mundo sobre las actividades? ¿Puede hacerse eso? No, hermanos. El mundo no puede ver la Iglesia en mí, en ese estado de cosas. Para que la verdad alcance el mundo a través de mí, que soy de la Iglesia, es esencial que yo haga la obra, como obra de la Iglesia. Si soy agricultor, hacer agricultura como de la Iglesia. Si soy maestro, ser un profesor como de la Iglesia, un representante de la Iglesia. Si soy médico, ser un representante de la Iglesia, y hacer mi trabajo como el trabajo de la Iglesia. Por lo tanto, este llamado, que cada uno de nosotros que profesa pertenecer a la Iglesia, pertenezca realmente a la Iglesia, que todo en nuestra vida, en nuestras acciones, todo lo que surge en el curso de nuestras vidas, sea claramente de la Iglesia, sea relacionado con la Iglesia, se debe a que solamente así vamos a poder mantener y exaltar una Iglesia para la gloria de Dios, como miembros de la Iglesia.

         Entonces, que la Iglesia será tan llena de la verdad, y será tan santificada por la verdad con la que se habrá llenado que la gloria de Dios contenida en esa verdad brillará, entonces, el mundo la verá: ¡La Iglesia gloriosa! La gloria del Señor se verá sobre ella y en ella, y se cumplirá la palabra: “Levántate, resplandece; que ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.” (Is 60:1) Ya sabemos que esto es así.
         Ahora, todo esto, es simplemente decir, en otras palabras, que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado, como Él lo anunció a Sus siervos, los profetas. Ese misterio de Dios terminado, es el Evangelio anunciado a todo el mundo, que el fin puede venir. Ese misterio de Dios terminado en el mundo, es la obra de Dios terminada en la predicación del Evangelio a las naciones.
         Y junto con eso, hay más: El misterio de Dios, ¡es Dios manifestado en carne! El misterio final de Dios, es la realización, la perfección de la manifestación de Dios en carne, en los creyentes en Jesús, que pertenecen a la Iglesia.
         Por lo tanto, existen dos aspectos, o mejor dicho, dos lugares, en la terminación del misterio de Dios: un lugar es el mundo mismo, al que el Evangelio debe ser predicado; el otro lugar es la vida de los creyentes de la verdad. Podríamos predicar y proclamar de palabra, hasta los confines de la tierra, a toda alma en la tierra, en nuestra generación, tanto que se completaría esa fase de la obra, y estaría terminada; sin embargo, si la manifestación de Dios en la vida de aquellos que predican no se completa también, podríamos predicar esa cosa diez mil años más, y el fin nunca llegaría.
         Y no es simplemente que el Evangelio será predicado a todo el mundo, y llenará todo el mundo; pero es que al hacerse eso, habrá un pueblo dispuesto a recibirle al final. Sin cumplirse la manifestación de Dios en la carne de cada creyente, no puede cumplirse el misterio de Dios. Ese misterio terminado, Dios manifestado en la carne -leer y comprender- significa que Dios debe ser visto en cada acto de la vida del creyente; de modo que en su vida, sea manifestado únicamente Dios. Sólo esa es la consumación del misterio de Dios, en la forma dispuesta por el Señor. Y sabemos que si ese camino estaría largamente extendido, y Dios tomara posesión y llenara la vida de los 18 millones de profesos Adventistas hoy, sería la cosa más fácil del mundo alcanzar más rápido a todas las naciones con el Mensaje de Salvación.
         Una vez más: ¿Sabemos que el misterio de Dios es, "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Entonces el misterio final de Dios, es el fin del crecimiento espiritual, la manifestación de Cristo en los creyentes, de modo que estemos en este mundo como la imagen de Jesucristo, reflejándole sólo a Él, tanto que cuando los creyentes sean observados, sólo se pueda ver a Cristo: todo lo que se diga, todo lo que se haga, cada tono de voz, todo lo que somos, hablará solamente de Cristo. Sólo esa es la consumación del misterio de Dios en verdad, en la forma dispuesta por el Señor. Y eso es lo que tiene que venir, antes que el fin pueda venir. Esa es la Iglesia que Él presenta para Sí Mismo.
         Y más todavía: el don de la gracia de Dios y de Su Espíritu es para la Iglesia, "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, la edificación de la Iglesia, hasta que todos lleguemos… (no olvidemos), …hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios a un estado perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo"; para que seamos en este mundo, lo que fue Cristo cuando estuvo aquí. Sólo esa es la consumación del misterio de Dios.
         Y esto no es difícil. No debe necesitar mucho tiempo para cumplirse, porque el Cristianismo es creación y no evolución. ¡Dios habla, y así es! No hay un largo proceso de transformación, en una larga serie de años, para desarrollarse, para evolucionar. Esa es una mentira de la boca de pastores Adventistas vendidos a la ganancia de dinero no de almas. No existe tal cosa como largos procesos de transición de la vida pecadora, a la vida santa. No. Somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas. Todo lo que se necesita es rendición. Todo lo que se necesita para poner esta denominación (la IASD), todo este conjunto de personas, en la familia y en la Iglesia, para hacernos tan pertenecientes de la Iglesia, para que la obra sea terminada en esta generación, es la rendición incondicional a Jesucristo, y esa rendición mantenida eternamente. Todo depende de nosotros no de Dios. Nosotros somos los que decidimos si queremos ser miembros de la Iglesia de Cristo o de la sinagoga de Satanás (Rev 2:9). Y cuando decidimos ser miembros de la Iglesia de Cristo y nos entregarnos a nosotros mismos por ella, entonces es cuando Dios une el poder divino con la débil decisión humana, y el misterio de Dios se cumple en la carne humana, y el Adventista empieza a reflejar el carácter de Cristo en los actos, en los hechos de su vida terrenal, el pecador se vuelve santo, perfecto en Cristo Jesús, antes de la venida del Hijo de Dios.

          Y, queridos amigos, como conclusión os quiero advertir que: mientras muchos pastores asalariados engañan el pueblo predicando que Cristo no puede venir hasta que eso pasará, y mientras el pueblo estará soñando dulces sueños, contento con ese pensamiento engañoso de proveniencia satánica, que Cristo no puede venir y no vendrá porque Su Iglesia no está preparada y no lo estará nunca, el Remanente de Dios, un pequeño grupo de creyentes Adventistas del Séptimo Día, van a mantenerse firmes en la verdad, saldrán de esta apostasía general que casi destruye la Iglesia de Cristo, pero no la destruirá, serán transformados en carácter, perfeccionados en la fe de Cristo, hechos semejantes a Cristo, cumpliendo de este modo el misterio de Dios en la carne de los creyentes, se unirán con el otro “pueblo Mío” que ahora está en la esclavitud en Babilonia (no son Adventistas), y juntos verán la venida de Cristo en poder y gloria en esta generación que será alcanzada con el Mensaje de Salvación, porque ellos habrán dado todo, material, físico y espiritual para la Iglesia, porque ellos se han dado a sí mismos para la Iglesia y ellos son y serán los únicos y verdaderos miembros de la Iglesia.

          ¡Nadie te engañe, amigo! ¡El fin del mundo ocurrirá en esta (última) generación, Cristo está cambiando el manto de Sacerdote Intercesor, por la coraza de la venganza del Rey del Universo, y los miembros de Su Iglesia están listos para recibirle! En este contexto, tengo ahora dos preguntas para ti:
¿Has comprendido lo que significa ser miembro de la Iglesia?; y,
¿Eres tu miembro de la Iglesia?

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